Burdeos, la capital mundial del vino creada por ingenieros holandeses

Aunque hoy Burdeos representa el pináculo del vino francés, pocos saben que su prestigioso terroir fue, en su origen, una marisma insalubre. No fue hasta finales del siglo XVI cuando el rey Enrique IV de Francia solicitó ayuda a las Provincias Unidas (lo que hoy conocemos como Países Bajos) para transformar los terrenos pantanosos del Médoc en una vía marítima abierta al comercio internacional a través del río Gironde. La encomienda fue desecar los pantanos arenosos e insalubres y abrir un canal entre estratos firmes que permitieran la navegación.

La misión no fue sencilla, y se llevo a cabo gracias a visionarios como el ingeniero holandés Conrad Gaussen, quien dirigió las obras para desviar las aguas del río, construyeron presas y una monumental obra de drenaje. Las obras se extendieron durante varios años, lo que originó un gran flijo migratorio de trabajadores holandeses y sus familias.

Lo que comenzó como un proyecto hidráulico se convirtió en una revolución agrícola y vitivinícola,  los terrenos ganados al río fueron rellenados con  una base de tierra, sobre la que colocaron toneladas de grava, por lo que sin proponerselo, crearon un terreno óptimo para el cultivo de la vid. A mediados de la década de 1630, empresarios holandeses como las familias Kat y van Bommel adquirieron tierras y desarrollaron la viticultura teniendo cuidado en cultivar variedades blancas y tintas en las mejores condiciones geográficas.

Un terroir diseñado a mano

Los terrenos ganados al río fueron rellenados con capas de tierra y toneladas de grava, generando sin saberlo un suelo perfecto para la vid: bien drenado, cálido y estructuralmente ideal para el desarrollo de raíces profundas. En esta base artificial, se cultivaron variedades tintas y blancas bajo condiciones geográficas controladas. El Médoc emergió entonces no como una tierra antigua y sagrada, sino como un milagro de ingeniería.

Los viñedos de esta famosa zona se encuentran ubicados en los márgenes derecho e izquierdo del estuario Gironde, que se forma por la conjunción de los ríos Garonne y Dordogne.


El auge de los viñedos y las grandes familias

A partir de 1630, familias holandesas como Kat y van Bommel compraron terrenos y plantaron viñedos que hoy forman parte de la histórica denominación Médocaines, donde destaca Château Laffitte Laujac. El vino comenzó a posicionarse en el comercio internacional, los neerlandeses pusieron en práctica la técnica del “méchage soufré” (mecha holandesa), que consistía en quemar azufre dentro de las barricas o recipientes, para prevenir la contaminación del vino por bacterias u hongos.

🇳🇱 La “Pequeña Holanda” y el comercio del vino

Como aún no existía viticultura local, los holandeses compraban vino del interior, lo que llamaban “Vin de Haut”. Con el tiempo, pequeñas parcelas se unieron en grandes fincas, incluyendo las de la influyente familia Ségur. Los holandeses también legaron a Francia técnicas de la agricultura en la región; así es como las vacas “frisias” holandesas terminaron aquí en el Médoc, que todavía están muy presentes en la parte norte. Por este motivo, la zona recibió durante mucho tiempo el nombre de “La Petite Hollande”.

Segunda transformación: fijar las dunas y plantar pinos

En una segunda ola de intervención, los holandeses “fijaron” las dunas costeras plantando pinos marítimos, protegiendo así el viñedo del viento salino y el avance del mar. Para finales del siglo XVII, casi todo el Médoc era cultivable, salvo zonas como la “punta de Grave”, aún influida por mareas.

✈️ De Burdeos a Sudáfrica: el éxodo final

La revocación del Edicto de Nantes en 1685 llevó a muchas familias holandesas de regreso a los Países Bajo y algunas más hasta África del Sur. Allí, en Ciudad del Cabo, iniciaron otro capítulo vitivinícola: el nacimiento del vino sudafricano, con conocimientos heredados de Burdeos.