El arte en las etiquetas de vino. La aportación estética de Philippe de Rothschild

El almacenamiento del vino ha evolucionado desde las ánforas de barro hasta las botellas de vino. Esto marcó el camino para diferenciar una botella de otra a partir de su origen y estilo. Se dice que las primeras etiquetas solo mencionaban su procedencia.

En este sentido, la industria del vino le debe mucho a la familia Rothschild. Todo comenzó cuando esta familia arribó a Burdeos y compraron el Château Mouton (1853) y luego el Château Lafite (1868) ubicados en la comarca bordelesa donde se cultivan los mejores viñedos del mundo. Fue en 1922 cuando Philippe de Rothschild se hizo cargo de Mouton, y se dio cuenta de que la única forma de garantizar la calidad de los vinos era embotellarlos en su propia bodega.

A principios de la década de 1920, el vino todavía se vendía en barricas, sin más distintivo que el sello y nombre de las botellas. El barón Philippe de Rothschild tuvo una gran idea y decidió embotellar sus vinos y adornar sus etiquetas con diseños llamativos. Fue en 1924 cuando Rothschild revolucionó el mundo del vino encomendando una etiqueta al artista francés Jean Carlu, famoso por sus inmortales afiches de corte político. Carlu plasmó una creación cubista para asociar de manera clara y contundente el vino de la célebre bodega bordelesa con el movimiento artístico del momento.

En 1945 Rothschild recurrió al arte para celebrar el fin de la Segunda Guerra Mundial al pedirle al artista Philippe Jullian una etiqueta para conmemorar la victoria aliada contra los fascistas y la liberación de Francia.


La originalidad de la idea proporcionó al proyecto una extraordinaria publicidad y muchos artistas consagrados se sintieron atraídos por la iniciativa de la casa Château Mouton Rothschild: Miró, Chagall, Braque, Picasso, Warhol, Moore, Delvaux, Bacon, Balthus, Tàpies, Kandinsky, Dalí entre otros.

Un mexicano figura en la exclusiva lista de artistas que han colaborado con la multimillonaria familia Rothschild, se trata del maestro oaxaqueño Rufino Tamayo, quien colaboró con una de sus obras más lúdicas y divertidas en su destacadísima obra plástica.

Por muy cotizadas que estuviesen sus obras, la remuneración era siempre la misma: cinco cajas del vino de la cosecha que iban a adornar sus realizaciones y otras cinco de una añada más madura. Puede parecer una recompensa modesta, pero no hay que restarle valor a la cotización de un ‘premier cru’, (categoría que agrupa los cinco mejores caldos del mundo). Por ejemplo, la botella de Mouton Rothschild de 1986, cuesta 3.314 euros, mientras que la de 2012, vale 655 euros.

Esta iniciativa ha tenido muchos imitadores, pero ninguna otra bodega ha conseguido aproximarse en cantidad y calidad a los artistas que ha participado desde 1945, incluso el príncipe Carlos de Inglaterra proporcionó una de sus acuarelas para la cosecha de 2004, esto fue en agradecimiento a un gesto que tuvo el barón, que dedicó la etiqueta de 1977 a conmemorar la visita que la reina madre Isabel hizo al Medoc ese mismo año.

Tras la muerte del barón, en 1988, su hija, la baronesa Philippine de Rothschild, continuó con la tradición para conservar esa estrecha relación entre arte y vino. Aunque la baronesa murió en 2013, se espera que sus herederos mantengan abierto ese mismo camino.

La etiqueta es una invitación para conocer más sobre el vino, su origen. Y es que al igual que el artista con su lienzo, su pincel y su paleta, el creador de vinos cuenta con una serie de conocimientos químicos y técnicas ancestrales, para crear algo hechizante que puede atraparnos y a la vez, hacernos pensar que hemos descubierto sus más grandes secretos.