La nación mexicana es producto del áspero choque de dos culturas. Hoy en día, la identidad mestiza que caracteriza a expresiones culturales como nuestra gastronomía le debe mucho al intercambio entre los conquistadores y los pueblos originarios.
En la historia de la vitivinicultura americana, resulta esencial conocer la figura del controvertido conquistador Hernán Cortés, pues fue pionero en la importación, cultivo, producción y consumo del vino en México. Fue él quien mandó traer las primeras pipas de vino desde España, gestionó las ordenanzas necesarias para plantar vides europeas e injertarlas con las variedades autóctonas en suelo americano. También fue él quien dispuso las rutas de distribución entre el puerto de Veracruz y las principales ciudades de España.
Pocos personajes en la historia universal tienen tantos claroscuros como Cortés, cuya vida y obra deben entenderse desde el contexto de su tiempo, una época de grandes descubrimientos marítimos y sangrientas conquistas ideológicas en África, Asia y la recién descubierta América.
A diferencia de Cristóbal Colón, quien se vio sorprendido por el descubrimiento de una tierra que no tenía presupuestado encontrar, Hernán Cortés fue un conquistador en toda la extensión de la palabra, un personaje que siempre tuvo muy claro lo que quería y los costos que debía asumir para conseguir sus metas. Entre otras cosas, el sangriento y doloroso nacimiento de la Nueva España, nos heredó una vitivinicultura que echó raíces de muy distintas formas en México, Perú, Argentina y Chile, pero cuyo origen común nos remite a los primeros conquistadores y a los evangelizadores españoles que trajeron consigo el vino y la uva.
Hernán Cortés nació en 1485 en la ciudad de Medellín, al sur de España. Una ciudad pobre y terriblemente acosada por la carestía y las enfermedades. Su extracción familiar era de clase media, los Cortés poseían una pequeña hacienda en Medellín con un molino, un colmenar y una viña en el Pago la Vega, entre el Guadiana y el camino de Don Benito que les procuró los recursos necesarios para enviar al joven Hernán a estudiar a Salamanca y Valladolid, donde adquirió un cierto nivel de cultura y buenas habilidades para escribir y expresarse en público. Aunque sólo cursó dos años en la Universidad de Salamanca, aprendió algo de latín y derecho que le permitieron desempeñarse como escribano en Sevilla sacando provecho a su amplio conocimiento en las leyes de la Corona española, que le serían esenciales años más tarde, cuando escribió sus Cartas de relación dirigidas al rey Carlos V.
El aspecto físico de Hernán Cortés contrasta con la descripción que se le ha dado en un sinfín de representaciones históricas. Estudiosos como el historiador español Carlos Martínez Shaw señalan que el gran conquistador extremeño era en realidad un hombre delgado y de estatura baja que apenas rebasaba el metro y medio de estatura. Una curiosa coincidencia presente en los grandes conquistadores de la historia como Napoleón.
En 1506, Cortés sintió el llamado de América y se embarcó a la isla de La Española (actualmente República Dominicana), donde radicó durante cinco años. En 1511, viajó a la isla de Cuba para trabajar como escribano para el gobernador Diego Velázquez y fue ahí donde contrajo primeras nupcias en Santiago de Baracoa con Catalina Suárez Marcayda, un matrimonio que años más tardes le ocasionaría una complicada controversia. Al servicio de Velázquez comienza a organizar una expedición al territorio continental de lo que más tarde se conocería como la Nueva España.
En 1518, los descubrimientos de las primeras expediciones del adelantado Juan de Grijalva a las costas de Tabasco y Yucatán presagiaban una tierra próspera y llena de riquezas esperando a ser reclamadas, por lo que Hernán Cortés no tuvo grandes dificultades en reunir a una primera flota para embarcarse a tierras mexicanas. Gracias a los viajes de Grijalva, los españoles conocieron la existencia del imperio azteca y de pueblos sometidos como los cempoaltecas, de quienes se dice, fueron los primeros indígenas en probar el vino en continente americano. El escritor mexicano Miguel Guzmán Peredo, quien ha dedicado gran parte de su vida a estudiar la memoria histórica del vino en México, narra en el artículo “Breve historia del vino en México”, publicado en el magazine gastronómico A Fuego Lento, aquel primer encuentro:
“Juan de Grijalva es considerado el primer europeo que bebió vino acompañado de varios señores aztecas en tierras que hoy llevan el nombre de México.(…) Algunas referencias bibliográficas mencionan que el 24 de junio de 1517 se bebió vino por primera vez en México en una comida ofrecida por Juan de Grijalva a cinco enviados del monarca azteca Moctezuma Xocoyotzin. Lo más probable es que ese ágape haya tenido lugar —si acaso ocurrió dicho encuentro entre aztecas e hispanos— en junio de 1518, fecha en la cual Grijalva se encontraba en la zona de influencia del tlatoani mexica”.
“Breve historia del vino en México”, Miguel Guzmán Peredo
En 1519, Cortés emprende una primera expedición financiada con su propio dinero, al mando de 12 barcos y 500 hombres con destino a las costas de Yucatán, Tabasco y Veracruz. Tras su victoria en la batalla de Centla, a orillas del río Grijalva, las tropas de Cortés reciben como tributo a una esclava que sería crucial en la conquista de México: una mujer llamada Malintzin capaz de hablar maya, náhuatl y que rápidamente aprende el castellano. La iniciativa y liderazgo de Cortés superaban en mucho la autoridad del gobernador Velázquez, por lo que al mando de una tripulación convocada por sus propios medios, emprende una primera expedición a costas mexicanas. Sus viajes al lado de su flota, esperanzada en reclamar tierras y riquezas, dan como resultado la fundación de la Villa Rica de la Vera Cruz en 1519.
La personalidad de Cortés se caracterizó por su inteligencia y un gran carisma. Sabía cómo ganarse a la gente y cómo usar su poder de convencimiento para imponer su autoridad y ponerla al servicio de sus intereses. También era un gran diplomático que sabía pactar con sus adversarios cuando le convenía, como lo hizo con los cempoaltecas, tlaxcaltecas y otomíes tras una serie de enfrentamientos en los que impuso con crueldad su autoridad sobre los indígenas. Sobre los hechos y atrocidades que cometió durante la conquista de México hay muchas y muy diversas fuentes, por lo que no abundaremos aquí acerca del terrible y doloroso encuentro de culturas y enfocaremos nuestra atención a la llegada del vino a la Nueva España.
Hay que considerar que el conquistador fue un hombre que predicó un catolicismo muy de su tiempo. Fue agresivo y muy intolerante ante quienes consideraba paganos y estaba completamente convencido de la superioridad moral de la religión cristiana, por lo que no tuvo reparo en destruir los magníficos templos mexicas que encontró a su paso y asesinar sin miramientos a sacerdotes y creyentes. En su particular visión del cristianismo, la evangelización era un elemento de conquista ideológica sumamente importante y la importación de vino para las eucarestías un suministro prioritario.
Durante los primeros años fue necesario importar todo de España y las islas; aunque hubo un recelo inicial a que Nueva España fuera autosuficiente, el rey accedió a que no se limitara en nada la economía colonial. Al poco tiempo de consumada la conquista de la capital mexica se mandaron pedir simientes para iniciar el cultivo de la uva. En 1524 Cortés expidió una ordenanza para que todos aquellos que tuvieran indios “de repartimiento” sembraran anualmente mil sarmientos de buena calidad:
“Entiéndase que los tenga bien pesos y bien curados de manera que puedan fructificar , los cuáles dichos sarmientos pueda poner en la parte que a él le pareciere, no perjudicando tercero y que los ponga cada año , como dicho es , en los tiempos que convienen plantarse hasta que llegue a la cantidad con cada cien indios mil cepas”
El historiador franciscano Toribio de Benavente “Motolinia”, relata en sus apuntes “Historia de los Indios de la Nueva España” que los habitantes locales conocían una vid silvestre, natural de tierras mexicanas:
“Cuyas parras son bravas y muy gruesas, sin saber quien las haya plantado, las cuales echan muy largos vástagos y cargan muchos racimos y vienen a ser uvas que se comen verdes, y algunos españoles hacen de ellas vinagre y algunos han hecho vino, aunque ha sido muy poco”.
A las cepas silvestres se injertaron vides españolas, del mismo modo que los frailes hicieron con casi todos los árboles frutales. Se estima que las primeras vides fueron cultivadas por los misioneros jesuitas entre 1521 y 1540. Inicialmente, las uvas fueron plantadas en los huertos misionales con la finalidad de elaborar vinos litúrgicos, por lo que a la variedad seminal de la vitivinicultura en México se le conoció como uva Misión, aunque se ha demostrado que se trata de un injerto de la variedad Listán Prieto a variedades autóctonas.
En el libro “Beber de tierra generosa. Historia de las bebidas alcohólicas en México” (1998) la antropóloga mexicana María Cristina Suárez y Farías abunda sobre la importación del vino en la Nueva España:
“El vino que se consumía en América durante los primeros años de la Nueva España procedía de Europa, principalmente de España. Muy pronto, la demanda de las misiones evangelizadoras alcanzó tal volumen que la producción española no fue suficiente para satisfacerla; lo cual benefició a otros productores como los de las Islas Canarias, donde se producía un vino de muy alta calidad. En 1567 se envió el primer navío con 375 pipas de vino. Es difícil precisar el volumen exacto de vino europeo que se importó durante el Virreinato, pero se sabe que no menos de 50 navíos cargados con toneles de vinos arribaban cada año al puerto de la Vera Cruz.”
Las dificultades de la importación de vinos afectaron notablemente el mercado novohispano. En primer lugar, la cantidad que llegaba estaba limitada por el número y la capacidad de carga de los barcos, además de las mermas producidas por el embalaje deficiente que permitía daños por humedad, animales e insectos. A esto se sumaba el largo trayecto, afectado por contratiempos como desperfectos en las naves, tormentas, naufragios y hasta ataques piratas, lo que ocasionaba periodos de escasez y abundancia, con la consiguiente fluctuación del precio. Quienes más padecían el deterioro del vino que llegaba de España eran los frailes y misioneros que requerían del producto para la eucaristía. Se decía que el vino llegaba “mareado” cuando arribaba completamente avinagrado, contaminado por insectos y otras sustancias.
La historiadora María Cristina Suárez y Farías abunda sobre los precios del vino que Hernán Cortés definió tras la llegada de los primeros cargamentos de vino español en México:
“En un arancel expedido por Cortés en 1524, se determinaba el precio que debía cobrarse por el vino en el camino de Veracruz y México: medio peso por azumbre equivalente a 2.16 litros en el puerto y medio peso más por cada diez leguas de distancia. De Veracruz, la mercancía se transportaba a lomo de mula a la ciudad de México, y si acaso se registraban pérdidas en el camino, los arrieros trataban de disimular y “compensar” el faltante con agua. Esta situación llegó a ser tan común que el cabildo se vio obligado a efectuar disposiciones: “Todas las personas que dieran vino para que los arrieros lo trajeran a la ciudad, ofrecerían tres azumbres en demasía, en cada ocho arrobas para la corrupción y pérdidas en el camino” Esta acta de 1526 aclaraba que si faltaba más, el arriero debía pagar la diferencia. La situación llegó a ser tan alarmante que toda adulteración se castigaba con 100 azotes.”
Beber de tierra generosa. Historia de las bebidas alcohólicas en México” (1998) María Cristina Suárez y Farías
Aunque el liderazgo de Cortés tras la caída de Tenochtitlan en 1521 era indiscutible, una de sus grandes aspiraciones era gozar de un nombramiento oficial por parte del rey de España para defenderse de las acusaciones de sus adversarios, quienes denunciaron un supuesto enriquecimiento personal a espaldas de la corona y lo responsabilizaban de la cruel matanza de cientos de indígenas en Cholula y el asesinato de su primera esposa, Catalina Suárez Marcayda, muerta por asfixia en Coyoacán en 1522. Con el objetivo de defender su nombre, viaja en 1528 a Europa para presentarse en la corte y negociar con Carlos V un título nobiliario. Aunque el rey lo recibe y da por buenos sus trabajos para la corona en la Nueva España y avala sus segundas nupcias con Doña Juana de Arellano y Zúñiga, se niega a concederle el título de Virrey por miedo al surgimiento de un reino independiente, en su lugar le concede el título de Marqués del Valle de Oaxaca.
Ya con su nombramiento, Cortés regresa a México para consolidar su posición como terrateniente real y jefe de la corte real de Cuernavaca al sur de la Ciudad de México, donde construye un imponente palacio conocido como el “Palacio de Cortés” para despachar sus florecientes negocios de explotaciones mineras y agropecuarias. El escritor José Luis Martínez en su biografía “Hernán Cortés” (1990) refiere la existencia de viñedos en sus tierras de Cuautla y Cuernavaca:
“La caña de azúcar se cultivó en la costa de Veracruz, y en sus propiedades de Cuernavaca y Cuautla. En estas tierras, Cortés cultivaba, además, trigo, frutales, moreras y viñedos”
“Hernán Cortés” (1990), José Luis Martínez
Entre 1530 y 1540, vivió los años más felices de su vida, gozando de un poder equivalente al de un Virrey. Parte de la fortuna que cosechó durante sus negocios en esa década, los dedicó a una de sus grandes obras de beneficencia: el Hospital de Jesús, erigido a los márgenes de Tenochtitlán, en el lugar donde tuvo su primer encuentro con el emperador Moctezuma.
En el año de 1540, Cortés regresa de forma definitiva a España para arreglar sus asuntos personales en Valladolid y Sevilla y escribir sus testamentos en Madrid. Aquejado por complicaciones gastrointestinales crónicas y las dolencias propias de su avanzada edad, Hernán Cortés muere el 2 de diciembre de 1547 en un pueblo próximo a Sevilla llamado Castilleja de la Cuesta. Su última voluntad fue ser enterrado en la Nueva España, por lo que 20 años después, sus restos fueron trasladados a México, primero al templo de San Francisco de Texcoco y más tarde a la iglesia del Hospital de Jesús, donde hasta el día de hoy descansan en un discreto nicho al lado del púlpito.
Hernán Cortés fue el destructor del mundo indígena y artífice del mundo mestizo. Soñó con el nacimiento de un mundo nuevo, una gran nación independiente de la corona española y destinada a convertirse en una potencia mundial. El México, como hoy lo conocemos, es impensable sin la figura de Hernán Cortés, el hombre que sembró los primeros esquejes de la vid y el vino en suelo americano.