Para contar la historia del gran compositor italiano Giuseppe Verdi, hay que hacerlo a partir de su pueblo natal: Busseto, una pequeña villa rural enclavada en la provincia de Roncole al norte de Italia que marcó profundamente la vida y las grandes obras de uno de los más grandes músicos de todos los tiempos.
Fortunino Francesco Giuseppe Verdi nació el 11 de octubre de 1813 en la planta alta de una vieja casona en el centro de Busseto. En esa misma casa, su padre Carlo Marcantonio Verdi y su madre María Angélica Picelli atendían una pequeña taberna en la que se ofrecían viandas y una generosa variedad de vinos italianos de los viñedos locales, como los blancos de malvasía de la región de colli di Parma o el gutturnio, un tinto espumoso local que tradicionalmente se bebe en un tazón de porcelana.
A finales del siglo XIX, Busseto era un pueblo arraigado a la vida de campo y la religión católica, pero que padeció los dolorosos conflictos bélicos de la época, como la ocupación francesa del Ducado de Parma durante las guerras napoleónicas entre 1803 y 1815. Entre viñedos, botellas de vino y los estridentes acordes de bandas militares y músicos peregrinos creció el pequeño Beppino, como se le conocía cariñosamente. A los seis años de edad, inició sus estudios en el colegio eclesiástico ubicado a unos metros de su casa. El pequeño también se unió al coro local y sirvió como monaguillo en la iglesia de San Miguel Arcángel, lo que le permitió pasar incontables horas tomando lecciones de latín, aritmética y órgano con Pietro Baistrocchi, a quien reemplazó tras su muerte como organista principal de la iglesia en 1823 cuando apenas contaba con diez años de edad.
El evidente talento musical de Beppino animó a su padre a comprarle una vieja espineta que aprendió a tocar de manera empírica. Entre 1823 y 1825, su familia hizo un esfuerzo por enviarlo al Ginnasio, un colegio franciscano de la vecina iglesia de San Bartolomeo, donde tuvo la oportunidad de tomar clases de órgano con el gran compositor italiano Fernando Provesi, director de la sociedad filarmónica de Busseto. En esa época, el joven Verdi comenzó a escribir sus primeras piezas para banda que se usaban en iglesias y obras de teatro.
Gracias al apoyo de su suegro Antonio y su esposa Marguerita, Verdi logró poner en escena su primera ópera titulada Oberto, Conde de San Bonifacio en La Scala de Milán el 17 de noviembre 1839. Aunque la obra tuvo un éxito modesto, llamó la atención del empresario Bartolomeo Merelli quien encargó al joven dos obras más. Sin embargo, la vida de Verdi daría un doloroso giro antes de alcanzar la gloria musical.
Antes de terminar su segunda ópera titulada Un giorno di regno, Verdi padeció la muerte de sus dos hijos sin haber cumplido los dos años de edad. Los problemas económicos agudizados por los pagos a los médicos que atendieron la neumonía de Icilio Romano Verdi terminaron por hundir las finanzas del matrimonio al grado de verse forzados a pedir prestado para pagar la renta. Por si fuera poco, ocho meses después de la muerte de su segundo y último hijo, Marguerita comenzó a sentirse mal y tras cinco días de enfermedad murió a los veintidos años de una encefalitis erróneamente diagnosticada como fiebre reumática.
Como era de esperarse, su desequilibrio emocional y la presión por entregar a tiempo los encargos se reflejaron en la calidad de una comedia a la que los críticos de la época calificaron como un completo desastre: estéril sin humor y falta de chispa. Sobre este fiasco, Phillip – Martz recupera una carta escrita por Verdi en 1859 al crítico musical Filipo Filippi en la que recuerda el incidente como un parteaguas en su carrera:
“A los 25 años yo ya sabía lo que el público quería. Desde entonces, el éxito nunca me calentó la cabeza y los fiascos nunca me desanimaron. Si seguí en esta desafortunada carrera, fue porque a los 25, era demasiado tarde para hacer cualquier otra cosa porque ya no era lo suficientemente fuerte como para regresar a mis campos”
Pese a todas las circunstancias adversas de su vida, Verdi no dejó que la tragedia se convirtiera en rutina. Al contrario de muchos de los grandes genios de la época, Verdi invirtió la mayoría de sus ingresos en una finca y tierras agrícolas en su tierra natal de Busseto. Pese a sus constantes viajes por ciudades como Paris, Londres y Madrid, siempre estuvo al pendiente de las obras y mantuvo la cabeza ocupada en la administración de las tierras agrícolas y los viñedos que adquirió con las ganancias de sus primeras obras.
Nabucco, su ópera inspirada en los textos del Antiguo Testamento se estrenó en 1841 con un éxito arrollador. La ópera tuvo setenta y cinco representaciones en La Scala de Milán que se extendieron hasta finales de 1842 y pusieron a Verdi en contacto con los grandes empresarios musicales de la época. En esta puesta en escena conoció a la soprano Giuseppina Streponni, quien interpretó el complicado papel de Abigaille. Muchos historiadores coinciden en que gran parte del éxito de Nabucco en La Scala de Milán se debió a la soberbia interpretación de la cantante, que para entonces ya presumía una destacada carrera en el mundo de la ópera interpretando obras de maestros como Donizetti, Bellini y Rossini.
En 1851 Verdi se mudó con Giuseppina y su inseparable perra Lulú a la gran villa de Sant’Agata, cerca de Busseto. En Sant’Agata compuso Il Trovatore, La Traviata, La forza del destino, Don Carlos, Aida y su última obra maestra: Falstaff. El Maestro amaba profundamente el vino de su tierra, por lo que puso especial atención en la calidad de las uvas y los vinos que se producían en su enorme finca.
En el libro Giuseppe Verdi: un goloso raffinato. Una colección de ensayos editada por Andrea Grignaffini, la autora italiana describe cómo Verdi siempre siguió muy de cerca el vino que se producía en Sant’Agata. En octubre de 1898, cuando tenía 85 años, le escribió a su mayordomo Marenghi:
“Te estoy diciendo nuevamente que decantes el vino desde el primer prensado y que elimines esa parte de mi vino que todavía está en los tanques antes de nuestra llegada.”
Verdi solía enviar su vino como regalo al hospital de Villanova, que él mismo construyó como casa de descanso para músicos ancianos y que había estado apoyando desde 1888. Sin embargo, como hombre ahorrativo, incluyó una recomendación: “Estimado Signor Persico, estoy enviando 200 Botellas de vino tinto. Recuerde devolver las botellas vacías “
Gracias a la correspondencia y los documentos personales que aún se conservan, se conoce que solía levantarse al amanecer para supervisar el trabajo de sus viñedos, en los que diseñó un novedoso sistema de irrigación por canales.
Pero Verdi no solo fue aficionado a los vinos de su tierra. En sus constante viajes a Paris se hizo aficionado al champagne francés de Moet y durante su estancia en España conoció las delicias de los vinos del Jeréz que tanto gustaba a los ingleses. Fue tal su admiración por los finos españoles que mandó enviar una barrica completa a la residencia de Génova donde solía pasar el invierno.
Probablemente, el vínculo de Verdi con la vida de campo, la buena mesa y los buenos vinos, repercutieron en que muchas escenas relacionadas con la vida provinciana de Busseto se reflejaran en sus obras. Posadas, tabernas, banquetes privados y brindis abundan en los libretos de las óperas de Verdi: a veces son parte del contexto, otras veces (como en Falstaff) lugares fundamentales desde donde comienza la acción. Por ejemplo, una de las partes más sublimes en La Traviata tiene que ver con el vino. En el fragmento titulado Libiamo ne’lieti calici (nos liberamos en los vasos felices) que se interpreta en el primer acto de dicha ópera, los personajes de Violetta y Alfredo brindan con los invitados de una gran reunión celebrando los placeres de la bebida y la alegría de vivir.
“Libiamo ne’lieti calici” pertenece a una tradición llamada brindisi o brindis operístico, se trata de un acto donde uno de los protagonistas propone un brindis con algún tipo de vino en una melodía donde el resto del elenco termina uniéndose al estribillo. Al brindisi operístico también se le llama canción de bebida, debido al papel protagónico del vino durante la puesta de escena.
La traducción literal de algunos de los versos en italiano de dicha pieza resaltan el maridaje entre el vino, la alegría y el amor:
“Bebamos alegremente de este vaso resplandeciente de belleza
y que la hora efímera se embriague de deleite. (…)
Bebamos porque el vino avivará los besos del amor.”
La obra cumbre de Giuseppe Verdi es una adaptación musicalizada de la novela La dama de las camelias de Alejandro Dumas, cuya trama narra la historia de una cortesana entregada a los placeres mundanos frente a los ojos mojigatos de la alta sociedad de París en el siglo XIX. El acto en cuestión describe el encuentro entre la célebre Violeta y Alfredo, un joven perdidamente enamorado de la mujer, a quien intenta conquistar por todos los medios con el objetivo de alejarla de la vida galante.
Otro brindisi célebre en la obra de Giuseppe Verdi tiene lugar en la ópera Attila, en la que se narra el fallido asalto del rey de los hunos a la capital del imperio Romano. En la segunda escena del segundo acto tiene lugar el mencionado brindisi, justo cuando Attila, se prepara para celebrar con sus generales un gran banquete dentro de su tienda una tormenta apaga las velas y los romanos aprovechan para envenenar a Attila. No obstante, el personaje de Odabella, la hija del rey de Aquilea lo impide ya que quiere ser ella quien termine con la vida de Attila para vengar la muerte de su padre a manos del rey de los hunos.
Otros pasajes en los que Verdi glorificó la importancia del vino como elemento simbólico pueden encontrarse en las arias Inaffia l’ugola!, cantada por Yago en el Acto I de Otello y Si colmi il calice, cantado por Lady Macbeth en el Acto II de Macbeth .
En 1869, Verdi se retiró a Sant Agata para componer una de sus óperas más famosas. Entre los frondosos árboles que conoció en sus múltiples viajes por el mundo y mandó plantar en los jardines que él mismo diseñó compuso obras que hoy son patrimonio intangible de la humanidad, como la majestuosa Aida, compuesta por encargo del gobierno egipcio con motivo de la inauguración del canal del Suez. En 1873, también estrenó las óperas: La forza del destino y Messa di Requiem, esta última a la muerte del escritor Alessandro Manzoni, uno de los grandes referentes de la literatura italiana.
Con la unificación y el nacimiento del reino de Italia, fue nombrado senador del parlamento italiano en 1874. Pese al reconocimiento popular, Verdi siguió siendo un hombre discreto que nunca dejó que la política interrumpiera su fecunda actividad musical. En 1887 se representó por primera vez su obra maestra Otello y en 1893, a los 80 años de edad, se inspiró nuevamente en Shakespeare para componer la ópera cómica Falstaff, tras lo cual se retiró a Sant’Agata y se despidió de la composición musical.
Los últimos años de su vida los pasó entre la ciudad de Milan, su inmensa finca agrícola en Santa Agata y su residencia de Génova. Poco a poco, los trabajos en la administración de su enorme finca, que para entonces ya rebasaban los 32,000 metros cuadrados fueron demasiado para su mermada salud, acentuada tras la muerte de Giuseppina en 1897. Un debilitado y agobiado Verdi mudó su residencia permanente a las habitaciones que alquiló en el Gran Hotel de Milán, donde solía recibir visitas de sus viejas amistades milanesas mientras su salud decaía cada vez más, al punto de ser incapáz de levantarse de su silla, leer partituras o escribir a sus familiars y amigos .
Verdi murió en Milán el 27 de enero de 1901 tras las complicaciones de una embolia y un derrame cerebral. Sus funerales en el templo de San Francisco de Paula en Milán fueron seguidos por más de 200 mil personas que salieron a las calles para despedir al maestro que puso en alto el nombre de Italia.