En el imperio romano surgieron muchas creaciones que hoy en día, siguen siendo parte de nuestra vida cotidiana. Costumbres romanas como el gusto por el vino blanco o beberlo en recipientes de vidrio para apreciar las tonalidades cromáticas de la bebida siguen siendo muy populares.
Uno de esos rituales se sigue practicando en todo el mundo cuando una embarcación sale de los astilleros. Se trata de la costumbre de romper una botella de vino, generalmente espumoso como el champagne, en busca de proteger a la embarcación de alguna maldición.
Pese a su genialidad, la civilización romana se caracterizó por ser tremendamente supersticiosa. Incluso después de la adopción del cristianismo como religión oficial, los habitantes de las ciudades del imperio recurrían a amuletos y hechiceros para protegerse de alguna maldición.
Muchos siglos antes, fenicios, egipcios y griegos acostumbraban bendecir sus embarcaciones antes de navegar con sacrificios animales en busca de protección divina. Los vikingos, fueron más lejos y llegaron a sacrificar vidas humanas para proteger a sus naves.
Pero como los romanos asociaban el vino con la vida y el espíritu de sus deidades, acostumbraban quebrar una ánfora de arcilla llena de vino para que su contenido sirviese de ofrenda al mar, antes de botar un nuevo barco a sus aguas. Creían que así se amansaría la marea y no reclamaría vidas humanas. Al paso de los siglos, las ánforas de arcilla se sustituyeron por botellas de vidrio llenas de vino o algún otro destilado, como whiskey o ron, y se instituyó que fuera una mano femenina la encargada de estrellarla contra el buque.
La costumbre siguió evolucionando con algunas variantes. Con la llegada de los barcos modernos, el protocolo cambió y se incluyo a sacerdotes para que dieran su bendición. También se popularizó invitar a personajes ilustres, como residentes y miembros de la monarquía para romper la botella en la proa. Si por alguna razón la botella no se rompía al primer intento, o definitivamente no se rompía tras varios intentos, los marinos lo consideraban un mal augurio.
El primer registro documentado de esta tradición tiene lugar el 21 de octubre de 1797 durante la botadura del USS Constitution (una de las primeras fragatas de la Armada de los Estados Unidos) en el puerto de Boston. Ahí, el capitán James Sever estrelló una botella de vino de madeira portugués contra el mástil de la proa.
Al parecer, la champaña y sus símiles espumosos comenzaron a popularizarse en el siglo XIX, cuando en Inglaterra y varias regiones de Rusia se consolidó como la bebida por excelencia de las clases altas y los grandes empresarios.
Pero, ¿qué pasa si la botella no se rompe? En el indeseado caso de que tras varios intentos, no se consiga romper la botella al estrellarla contra la proa, los marineros y la tripulación lo interpretan como un mal augurio. Saltarse el protocolo tampoco da mucha confianza; basta recordar al Titanic, que prefirió lanzar pirotecnia en lugar de estrellar la botella durante su botadura en 1911, apenas un año antes de su hundimiento.